“En comunión con Su Palabra”, destaca hoy, el evangelio de San Lucas 4, 38-44.
Jesús dice para qué ha venido fundamentalmente. Hay que preguntarse esto porque ordena las prioridades. Vino a Salvarnos, sí. Vino a hablarnos del Padre, sí. Vino a decirnos cómo deberíamos comportarnos, sí. Vino a hablar de Justicia y hermandad, sí. Vino a sanar enfermos y a consolar a los pobres, sí. Pero aquí, en este texto, dice expresamente a qué ha venido: nos dice que “ha sido enviado a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios”.
Y revisando los evangelios, nos damos cuenta que muchas veces, constantemente está haciendo referencias al Reino del Padre, al Cielo o al Reino de los Cielos. Lo cual es fantástico, porque responde a lo que más nos atormenta; la muerte. ¿Ahí termina todo? ¿Desaparecemos para siempre? Nadie ha podido responder a estas preguntas.
Por otra parte, ¿De qué nos serviría la salvación si la vida se acaba con la muerte? ¿De qué nos sirve la justicia y la caridad, si vamos caminando para envejecer y desaparecer en la nada? Por el contrario, si hay algo propiamente cristiano, es la certeza de nuestro destino. Jesús ha venido a decirnos, claramente, qué ocurrirá al término de nuestra vida.
El Reino de los Cielos empieza cuando dejamos este cuerpo. Resucitó Jesús, y con cuerpo, igual, pero de otra composición material. Y a quienes negaban la resurrección humana, les dijo: “Ustedes no conocen ni las Escrituras ni el poder de Dios”. Así podríamos citar más de cincuenta referencias bíblicas donde Jesús menciona cómo seremos en el Cielo, y cómo es ese “Reino”. Este Reino de Dios empieza acá en la Tierra, pero se vive plenamente al dejar nuestro cuerpo.
Demos gracias al Señor, porque nos salva, nos libera, nos ama, y nos espera en su Casa, para “enjugar nuestras lágrimas”, rejuvenecer nuestros cuerpos, y darnos la vida eterna.
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En comunión con todos quienes formamos parte de Su Iglesia. les envía un fraternal saludo, Guido Pallavicini Z. / Catequista.